GASTRONOMÍA POR NAVIDAD

Las vísperas de Navidad, desde primeros de diciembre, el olor que destacaba era, en todas las casas, también en la mía, era el de la matanza, ese rito lleno de metáforas y de acciones coordinadas que posibilitaban la vida para todo el invierno. Soy una buena matancera, porque mi madre preparaba todo y, cuando ya tuve una cierta edad, me esperaba a que volviera del colegio para dar el último toque a los aliños y para que ayudara a embutir las chacinas.

Aunque a todas las gentes de la comarca nos han seguido invadiendo los olores de la matanza, yo recuerdo especialmente, aquel olor a lumbre, a cebolla cocida, a masa de chorizo y morcilla, la artesa de madera, oigo los aterrados gruñidos del cerdo, los hombres moviéndose con agilidad, el anís y los dulces. También veo hasta con los ojos cerrados los delantales hechos de guiñapos en los telares ex profeso para la matanza y, desde luego, veo a mi abuelo conmigo sentada en sus rodillas mientras asistíamos a aquel espectáculo maravilloso que se prolongaba durante dos días. Nos encantaba ver como hervían las morcillas en la caldera de cobre, que aún conservamos en casa.

Ahora las cosas ya no son así. Pero hasta hace poco el primer día de matanza se guardaban las mantecas del cerdo para el siguiente rito: la elaboración de los dulces de Navidad, mantecados y polvorones que unidos a la almendra, la naranja y el limón hacían de las reuniones familiares la quinta esencia del adviento. Sin olvidar el anís, que bien solo o con agua, “palomica”, agasajaban a amigos, vecinos y familiares que se acercaban a nuestras casas. Una tradición ya casi perdida pero no del todo.

Hoy en día hemos hecho nuestra, como el absurdo e irritante Halloween, el llamado Calendario de Adviento, que no es otra cosa que una tradición popular en la Alemania protestante, que ha llegado a nuestros hogares católicos en forma de nuevo consumismo y, así, encontramos calendarios de adviento de chocolate, de maquillaje, y hasta gourmet, y uno con 24 cervezas de diferentes países: “consume que serás más feliz”. Gran mentira.

Con todo ello, ya estamos listos para la apoteosis de la Navidad: la cena de Noche Buena, que cada cual con la familia que tiene en suerte, nos reunimos junto a una buena mesa. De eso era responsable absoluta mi madre, Dolores, en su tiempo y ahora yo en el mío, como dentro de poco le tocará a mi hija en ese continuo renovarse y pasar de generación en generación.

En mi casa, como espero que la mayoría de los que nos leen, no falta el tonificante Pollo en Pepitoria, Albóndigas con Caldo, Pollo en Asaillo, Choto en Salsa… y , un final ligero, a saber, arroz con leche o natillas. Para rebajar el festín el resoli y los licores de guindas, ahora de cerezas. Y con la mezcla de culturas culinarias con la que contamos, en mi casa se hacían roscos de vino, nochegüenos, borrachos, empanadillas de sidra, mantecados de chocolate y limón. No quiero olvidar los polvorones de almendra, las magdalenas, las tortas de manteca y las mantas de bizcocho para abrigar, como una dulce metáfora de “dar abrigo para el Niño-Dios”.
Turrones, hojaldres, almíbares, buñuelos, piñonates, alfajores, torrijas… no sigo porque la boca se me va a hacer aguamiel.

Y con los Reyes Magos llega el roscón de crema o de nata, y pobre aquel que encuentre el haba, ese no se corona sino que lo paga y le llaman tonto el haba.

Que tengan todos ustedes unas FELICES PASCUAS.

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